miércoles, 15 de septiembre de 2010

Sobre los "escritores del Pacífico"

En LA JORNADA GUERRERO, del 15 de septiembre de 2010, aparece la siguiente nota:
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Escritores del Pacífico
Roberto Ramírez Bravo
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Hace casi un mes se celebró en Acapulco el Tercer Encuentro de Escritores del Pacífico. Ha pasado, pues, tiempo suficiente para reflexionar sobre los saldos de dicho acontecimiento.
En 2008, en un Acapulco gobernado por el PRD, comenzaron a realizarse estas reuniones que fueron retomadas por la siguiente administración priísta, ya por segunda ocasión. Como su nombre lo dice, se trata de un momento en que quienes escriben se encuentran, se miran, se reconocen y, se supone, habrían de discutir sobre los temas de interés de su arte u oficio.
Además, es un fenómeno que ha crecido geográficamente, al llegar hasta Centroamérica; y en cantidad, pues pasó de una treintena de asistentes el primer año, a 63 en el actual; y en presupuesto, pues pasó de 280 mil pesos el año pasado, 540 en este año.
Pero, ¿cuál es el saldo que ha dejado este encuentro a la ciudad que lo organiza, lo patrocina y recibe a sus participantes?
En 2010, el Encuentro contó la presencia de 63 escritores, de los cuales 23 eran locales. Según el programa, debieron haberse realizado cuatro talleres –impartidos tres de ellos por Ernesto Lumbreras-, tres conferencias, 13 mesas de lecturas en la Casona de Juárez y 17 en universidades; una charla; 11 presentaciones de libros, y una presentación de una revista o más bien un periódico, el de poesía de la UNAM.
No es que todo deba tasarse en dinero, pero vale destacar que en promedio cada uno de los escritores foráneos (los que tenían derecho a pasaje, hospedaje y alimentos) costó al municipio 13 mil 500 pesos. Si se toma en cuenta que unos tuvieron estancias cortas, y venían de distintas distancias, el monto podría cambiar, a más o menos.
Dado que no hubo promoción antes, durante ni después del encuentro –a no ser un anuncio espectacular que se colocó en la avenida Cuauhtémoc el mismo día en que iniciaba y aún permanece frente a la calle Bernal Díaz del Castillo, sin otra cosa que el nombre y el logotipo-, y si tampoco se remuneró a los participantes, entonces todo el dinero se utilizó en su estancia.
Ello no necesariamente está mal, pero la pregunta es: ¿qué dejaron al puerto los escritores?
A tres años, no se conocen los criterios de selección de los participantes ni por qué unos presentan libros u otros imparten talleres y unos más solamente leen. Tampoco se sabe por qué hay gente que de plano no participa, como Gustavo Martínez Castellanos, con quien se podrá disentir pero no se puede negar que escribe. Desconozco si él y su grupo quisieran asistir, pero debería invitárseles. ¿Y cómo le hacen para participar quienes no son conocidos por los organizadores?
No es explicable por qué hay tantas fallas minúsculas en la elaboración del programa, en los datos, en los textos de presentación. Ni tampoco que con 63 participantes, en las actividades el promedio de asistencia oscile entre 20 y 30 a lo más.
Lo que ha de ser más importante es que la ciudad como tal no se ve involucrada ni el encuentro le deja ninguna huella. Se dirá que es como uno de médicos, o de radiólogos, o de contadores, que sólo ellos saben de su existencia porque se reúnen entre pares. Sin embargo, en esos casos los asistentes pagan sus gastos, y en éste es la ciudad la que los cubre. Al menos, algo debe recibir en contrapartida.
Tampoco “la literatura” en un sentido amplio se ve beneficiada, pues en ninguna de sus tres ediciones han surgido debates sobre las preocupaciones estéticas de los participantes, ni tampoco se han tendido puentes entre quienes ya están escribiendo y los que no lo hacen pero desearían hacerlo, ni hay una memoria escrita (se dijo que este año la habría, pero no se conoce el mecanismo para elegir qué textos la integrarán). Muy poco, pues, hay que trascienda la mera anécdota de la reunión.
Si se tiene la idea de que en Acapulco hay poca literatura de calidad –lo cual, desde luego, siempre hay que discutirlo- un encuentro de escritores financiado por el municipio debería ser una punta de lanza para avanzar en ese sentido.
Quizá sea momento de empezar a revisar fondo y forma de estos encuentros. Deben continuar y mejorarse. Sin embargo, su mejoría no está en ampliar geográficamente ni en número de asistentes, sino en ampliar su espectro de promoción de la creación literaria.
No sólo es cosa de ir a las escuelas con algunos alumnos que no supieron ni de dónde les cayeron los escritores, sino tener una puerta abierta para que aquellos que no están en esas aulas, pero que se interesan en el tema, puedan acercarse. ¿Cómo sabrá el estudiante del CBTIS 14 –al que, por ejemplo, no llegó el encuentro–, o el de Bachilleres 16, o el del Conalep, o al simple habitante de Rena o la colonia Jardín, que Ernesto Lumbreras y Juan José Rodríguez impartirían cuatro talleres de los que podrían beneficiarse, y que Benito Taibo presentaría una novela, y que habría una charla sobre Lezama Lima?
Es hora, pues, de empezar a revisar el Encuentro de Escritores del Pacífico. No para que acabe, sino a que se mejore. En principio, que clarifique sus métodos de selección y participación. Que llegue a toda la población. Que sea incluyente, que los invitados participen realmente, y por último, que antes, durante y después, sea centro de una discusión amplia.
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